Cientos de personas saltan abrazadas, bailan y corean al unísono de clarinetes agudos, ritmos acelerados e idiomas ininteligibles. Sobre el escenario, doce músicos con extraños atuendos e instrumentos interpretan el himno de la fiesta: una nueva noche Bubamara empieza en el Teatro de Flores.
La fiesta Bubamara empezó en diciembre de 2002 y desde entonces ha logrado convertirse en uno de los clásicos de la noche porteña. Su lev motiv es ser un homenaje a Emir Kusturica, incluso su nombre remite a una canción del famoso director de música y cine serbio, por lo tanto los sonidos que predominan en la fiesta son importados desde los Balcanes, interrumpidos de a momentos por covers no convencionales de canciones de rock, jazz y más.
La fiesta se creó para brindar un ambiente diferente al de los boliches típicos, ofreciendo al mismo tiempo un espacio para conocer, disfrutar y compartir música étnica, especialmente balcánica. Se lleva a cabo una vez cada mes o dos y los lugares y bandas invitadas rotan. La mejor manera de enterarse cuándo y dónde será la próxima, es ingresar en el sitio web.
Los músicos suelen tocar más que nada música balcánica, pero no se privan de intercalar interpretaciones bizarras de canciones comerciales, como un Welcome to the jungle que parece más una canción merecedora de sonar en un casamiento judío ortodoxo, que en un video clip estadounidense. Si hay algo que llama la atención en estos grupos musicales, es que están integradas por al menos diez músicos.
Lo importante es transmitir el espíritu mordaz y sarcástico de Kusturica. La música es acompañada por imágenes ridículas, proyectadas en enormes pantallas, o videoclips de las canciones. De a momentos también aparecen escenas de películas conmemorables del director, como Gato negro, gato blanco.
La trescientas personas se mueven en masa y forman oleadas que van de un lado al otro, hay rondas y saltos. Se mezclan ritmos de baile incompatibles con saltos y corridas. Nadie se preocupa por la estética de sus movimientos, lo que importa es la energía y el espíritu. Es un pogo amorfo, discontinuo, que se deshace, se mezcla y rehace: es la “cultura Unza-Unza”.
Las horas pasan, pero el cansancio no parece desanimar a la gente que sigue saltando, ensimismados en la música. El alcohol fluye de manera abundante, como si fuese usado de combustible para las inagotables piernas. Hacia las cinco de la mañana se reparte gelatina hecha con vodka como gentileza de a casa: la noche no parece querer terminar.
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